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sábado, 21 de abril de 2012

La Leyenda Tolteca de Quetzalcóatl

La Leyenda Tolteca de Quetzalcóatl



Comparto el escrito de la leyenda Tolteca de Quetzalcóatl.

Desde la llegada de Quetzalcóatl, los bárbaros se habían convertido en Toltecas, hombres cultos y civilizados, y unidos habían levantado la gran Tula. Él les había enseñado las ciencias más difíciles y también les dio conocimientos grandiosos, además de convertirlos en espléndidos artistas. Y aunque nunca nadie había sabido de dónde procedía, algunos decían que de más allá del mar o de más allá del cielo. Desde la primera vez, al verlo tan sereno, de mirada limpia y clara, de palabra fluida y sabiduría inmensa, su frente amplia y su barba rizada de oros, lo amaron, lo respetaron y antendieron sus consejos. Era su guía. Quetzalcóatl simbolizaba para todos ellos la INTELIGENCIA, la capacidad creadora benéfica del ser humano, porque él, en su plenitud de bondad, no era como ellos habían sido, meros animales, simple serpientes que se arrastraban por los suelos únicamente en pos de alimento y placer. Quetzalcóatl poseía la orla de la elevación sobre la bestialidad. Lo adornaba el plumaje de la altura cósmica. Era una SERPIENTE EMPLUMADA. Era el vencedor de su naturaleza instintiva, esclavitud animal, engrandecido por su sabiduría creadora. Era el que conservaba incorrupta su mente y había utilizado su cuerpo para vitalizar su magnitud espiritual.




Y Quetzalcóatl dictó para el pueblo que lo amaba leyes sabias y justas, como su propia vida. Y nunca impuso su autoridad ni exigió devoción ni gratitud. El amor por la humanidad desgranaba en sus vocablos dirigidos a todos los vientos y que lso ecos repetían a todos los hombres. Y a cada instante crecía la admiración por quien entregaba lo mejor de sí, sin esperar más allá que el beneficio trascendiera su pequeñez animal para convertirse en un Tolteca pleno.

Y los niños y los jóvenes querían ser como Quetzalcóatl, serpientes emplumadas, hombres que ascendieran de sus instintos a la categoría de seres creadores, HUMANOS.

Pero sucedió que un día, cuando el filósofo comenzaba a llegar a la vejez, procedentes de tierras lejanas, unos envidiosos hechiceros que habían escuchado hablar de su grandeza se aproximaron hasta él para burlarlo. Y Quetzalcóatl los recibió en su casa de la meditación creyendo que se acercaban en verdad por conocer los secretos de la sabiduría. Su bondad no sospechaba la maldad de algunos.

Como presente le obsequiaron un brebaje, que según decían ellos, le devolvería la juventud y lo conservaría vivo durante mucho tiempo más para dar mayores beneficios a los suyos. Quetzalcóatl, inocente de vilezs, bebió un poco de aquel jugo blanco de maguey. De inmediato se dio cuenta que eso podría embrigarlo y no quiso beber más. Pero los hechiceros insistían:
"Con esto recuperarás el vigor perdido y se irán los dolores del cuerpo. !Bebe!, !bebe! ¿O nos vas a despreciar?"

Quetzalcóatl, que hacía fuerza de voluntad para rechazar la invitación, vaciló y bebió nuevamente. Con esto bastó para sentirse arrastrado en un extraño torbellino de placeres. Era como si cayera la tierra y cuál serpiente se enredara en sus sentidos y un huracán de labios, de cuerpos, de miradas, de caricias, lo devorara de voluptuosidad.

Cuando abrió los ojos, luego de haber permanecido quién sabe cuánto tiempo inconsciente, vio muy tristes a todos aquellos que lo amaban. Había caído como jovenzuelo inexperto ante aquellos falaces; y se avergonzó. Quetzalcóatl sintió derrumbarse y decidió irse de Tula. Todos sufrían, muchos lloraban. No querían que se fuera. Algunos decidieron seguirlo. Habían tomado el camino que conduce al mar. Y hasta allí pocos lo alcanzaron.
-¡Quetzalcóatl! ¿Por qué abandonas a tu pueblo?
-Voy adonde abunda la tierra de colores, a Tlapalan, a donde me llama el Sol.
-¡Déjanos un poco más, tan siquiera, de tu sabiduría para emplumarnos y poder elevarnos como tú!

Y Quetzalcóatl contestó al mismo tiempo que llegaba a la orilla del mar y subía a una balsa formada de culebras emplumadas.
-He aquí cómo llegar a la sabiduría.

Y Quetzalcóatl, al borde del luminoso océano, tomó sus aderezos y se los fue revistiendo: su atavio de plumas de quetzal, su máscara de turquesas, y cuando estuvo aderezado, se prendió fuego y se convirtió en un esplendor infinito. Y es fama de cuando se ardía, cuando iban a alzarse sus cenizas, vinieron a contemplarlos todas las aves preciosas de bello plumaje que conocen el cielo: la roja guacamaya, el azulejo, el tordo fino, el resplandeciente pájaro blanco, los loros verdes relámpago y los guacamayos de arco iris.
Cuando ya no ardían sus cenizas, el corazón del Quetzalcóatl, transformado en azules luces inmensas, se instaló en el Universo. Quetzalcóatl es llamado desde entonces "El que reina en la Aurora", aunque hoy muchos le digan Venus, "La Estrella Matutina".

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